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domingo, 12 de diciembre de 2010

Con t de turno. Capítulo 4.

Así la noche se ajetrea, desaparecida después de aquel instante. Jesús, que cada cinco pasos tambalea de camino a casa, vuelve a estar vencido. Ayer la magia en la azotea y hoy sólo pasos de mierda

De piel oscura a verde oliva, claros, viene buscando esa mirada entre los ojos de la gente varias horas sin econtrarlos. Se vuelve a ver monotonía en el horizonte, ligeramente iluminado pero tan borroso como su propia melopea. Así que olvida a Paula y se preocupa del color de las baldosas. Como tantas otras veces por fin encuentra auxilio en tonterías, acostumbrado a tener que hacer fuerza para perderse de pensamiento y alma porque sabe de caerse haciendo el tonto con la mente.

La pared blanca de su casa asoma por el tejado cuando el mes de abril empieza a lloverle entero. Aprieta el paso, y se estropea el juego de su infancia, porque la madrugada es fría y en cualquier momento se le planta por delante un constipado. Se cuida bien para no saber cuidarse, destrozado en alcohol una vez más y sin embargo atento a un resfriado.

El sol le advierte, mañanea. Un carbonero al buenos días empieza a ejercer su canto en el jardín, mientras desaparece por la puerta. Mejor así, que ya es bien tarde. Dirige una última mirada al viento, feroz, desafiante, cargado de humedad, que le golpea, pero se esconde detrás de la cristalera del portal. Pasados diez minutos ha fumado un cigarrillo en el recuerdo, perdido en un poyete bajo las estrellas del ayer más estrellado y duerme, vencido de sueño y de su ausencia.

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