Quisiera arrancarle el rostro a la
simiente,
al incipiente calostro hacerle espera…
pero quizá no pueda,
fuera que de la gran teta madre
nos hemos saciado en la costumbre.
La lumbre de ultratumba arde
en la esfera aura del alma desde hace
eones
y los leones ya dieron buena cuenta
de los que no ostentan
derecho alguno a haber nacido:
los malparidos,
los vástagos de sangre y letra,
los de la lenta agonía de la que es
carne,
muerta y putrefacta.
Desheredados todos,
y los que faltan,
lejos del arca de Noé
que navega la historia del mar bravío,
son los fantasmas a la luz del día
que no es,
los hijos de puta de lo que nunca ha
sido.
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