Llegamos sin llegar a tiempo, apenas diez minutos tarde. Las dos mitades en que te dividias siempre estaban por en medio, como una habitación deshecha y malordenada, llena de porqués y sinembargos con los que tropezarte. Un laberinto suspicaz y bello en el que me precipitabas, o yo, que me dejaba, mientras la vida se nos iba haciendo, a ratos fugaz como dos rayos, a veces dormida a la luz de tus caricias, y los años nos caminaban pasándonos por encima, igual que los gigantes de piedra pasean por el mar del norte, lenta y estrepitosamente.
Me miraste sin buscarme, cabizbajo y lleno de culpa.
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