No viniste a decir más que mentiras. Me he acostumbrado a odiarte, ¿sabes? La vida que empleé para olvidar tu olvido y tu abandono... ¡Quise entenderte tanto tiempo! Recuerdo las tardes de verano, decías te favorece el viento y la sonrisa y la ventana de la luz de agosto. Yo te he buscado y buscado por todos los lugares, por todos los caminos que andaba y desandaba. Y sin embargo te he entendido. Amo como tú la vida, pero tú te has ido. ¿Recuerdas la tristeza que sentiste al escribirme esas palabras? ¡¡Yo ni siquiera sé cómo llamarte!! He tenido por costumbre la felicidad fingida, pero los pájaros de los alados árboles también me han sonreído. Sé que conociste la flor de aquel instante en que recién nacida me miraste, porque te conozco, pero tú, cobarde, te fuiste sin dejarme a mí enseñarte nada.
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