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viernes, 17 de agosto de 2012

El intelectual. Un día a locos con Foucault.


Michel me habla en chino farfullero, tieso, preso de un discurso que le cabalga de cabo a rabo, como aquel espejo enfrente de otro frente, y viceversa hasta empequeñecerse en un invisible infinito, un ente dentro de otro ente aún más grande al que todos pertenecen.

--El papel del intelectual -me suelta de repente- ya no consiste en colocarse un poco delante o al lado para decir la verdad muda de todos...

--A veces me hueles a ciega verdad -replico con la mente- que la mudez uno la lleva y otorga, pero no ver el silencio que nos mueve, duele.

--¿Acaso no lo ves? -¡Qué irónico es!- Ahora más bien consiste en luchar contra las formas de poder allí donde es a la vez su objeto y su instrumento: en el orden, del saber, de la verdad, de la conciencia o del discurso.

--Pero Michel, el intelectual es ser, no es siendo; no está por la labor de morirse de dolor al despegarse de su quinta esencia... no es actual porque ya está viviendo una vida pesada de ancestros, no puede aplicarse el gerundio porque las autoridades sociales advierten que mata por desmiembre.

Pero él ya no es él y Foucault se queda mudo y tierno en un papel, teatralizado por un entrevistador montado en un discurso feo de gordo. El viento a favor le agita la corriente, no se despeina y sigue cabalgando. Por eso el poder del contradiscurso crítico, la zancadilla galopante que te quita el hilo y te despierta, marioneta falsa.

--Pienso, de modo general, que los intelectuales, si es que existen, lo que no es seguro, ni siquiera tal vez deseable, renuncian a su vieja función profética- ahora ya ni me responde, se me ha quedado anclado a un tipo de grafía fija- En medio de la agitación en la que os movéis todos, he aquí el punto aferrado, el lugar donde me encuentro.

--Y yo que sueño, de modo ocasional, que los intelectuales no existen, que son los padres, que vivimos en un mundo de ficciones de papel con las que identificarnos y de vez en cuando me meto entre bambalinas para ver como caen las máscaras. En medio de la agitación nos movemos todos, amigo, no hay destructor de invidencias que se preste.

--Yo con el intelectual que destruye evidencias y universalismos, el que señala e indica en las inercias y las sujeciones del presente los puntos débiles, las aperturas, las líneas de fuerza… el que desplaza incesantemente y no sabe a ciencia cierta dónde estará ni qué pensará mañana.

Inmensos en la cresta nos van dando las tantas. Por él reluce una alopecia cabalgante que se transforma en plata cuando piensa. Por mí no hacemos sino decir banalidades. Estamos llenos de carencias a causa del tiempo y de esta circunstancia espesa que no nos deja ni expresarnos. Dos ostias bien te daría, a ver si te despiertas.

--Pero estás loco o casi muerto, y una idea no es sino una forma, una apariencia, una percepción que nos lleva con vientos que soplan con otra paciencia de esta parte. Ahora te vas y me dejas to cojo y con la eterna duda de saber si ésta revolución valdría una pena como la que andaste. Y te lo digo con toda la intención de la rima y la alevosía, que quiero que sepas que la grafía me la paso yo por el orto porque es sinónimo de la ofensa con que te respondes, esclavo de libros.

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