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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Los viajes de Gilibert. Capítulo 3. Joaquín

El necio, como cantaban allá por esos tiempos sus amigos en las largas noches de invierno. Borrachos como cubas, contentos y cansados. Suena una extraña melodía entre las paredes de su casa amiga, desgastada por el caminar de tanta gente, ebria de calor y habladurías. La fiesta no ha dejado de moverse durante toda la noche, piensa, curiosa migración para estos peces. Y así se va con una sonrisa al frente, en busca de nuevas emociones en las que empaparse como quien acaba de predecir que en breve la gente acabará bailandose el agua en el jacuzi.

Joaquín, precoz valdío, hoy se arrepiente de su destino. Maldice a la suerte y a las malas decisiones haberle hecho preso de esa apatía, de vivir sólo por seguir viviendo. Dos días, le dice a una rubia guapa que campa por su lado y despistada juega con su pelo. A lo mejor Freud no tenía razón al relacionar el movimiento con sus ganas de sexo, pero por lo menos reconforta. Así que lleno de ego, hipocresía para uno mismo, se atiza la melena a un lado y se peina la barba mientras comienza a otear el horizonte. Ya es hora de ponerse en marcha.

La luna llena en la ventana enmascarada por la respiración de tantas almas, calientes al abrigo de la calefacción estratégicamente programada y del alcohol, que nunca falte para que la razón se socialice. Y encaramada a la noche fría se le presenta una mirada y a continuación su espalda para volver a refugiarse en su pensamiento, como si hubiese sido descubierta y necesitase estar sola. Joaquín decide en ese instante que se acerca, ese es su estilo; hay que saber jugar con los sentimientos, no puede desaprovechar una oportunidad como esa. Directo al grano, casi al pescuezo, le entra por la espalda con la mano suavemente deslizada en la cintura y un comentario en busca de emociones.

Por lo menos hoy la noche no se ha dado por vencida y nuestro amigo el necio puede darse al vicio del sexo y de coleccionar emociones, sabedor de su buen hacer para encontrarse con el yo más inesperado y sensible de cada uno. Precoz y aventajado, vuelve a divertirse jugando con el sentir de un cuerpo dulce, mitad cazador mitad cazado. Porque Joaquín no sabe que también es preso de las mujeres y en su dejarse llevar continuo sólo ha encontrado asilo en el flirteo. Incluso con sus capacidades, está perdido entre su propia sombra.

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