A la tarde le quedaba mediodía cuando soplaba un viento con olor a terciopelo, rosa. Paula de piel caliente, color marrón, acostumbrada al canto de la gente en la piscina y al calor punzante, masoca casi siempre, levantaba el velo para mirar pasar la vida.
Aquella vez se repetía la última semana de su tiempo, y sin embargo por una sonreía. Nunca le había gustado dejarse llevar por la corriente, pero este verano venía siendo algo distinto. Tumbada bajo la sombra de un árbol viejo y grande, mitad dormía, mitad pensaba mientras el tintineo de las hojas se confundía con el sonido del agua que salpica y de algún llanto. Niños y bebes, su compañía, Lorena al canto de decirle “habla conmigo” y el sol de cara y por la espalda, chirriante.
Dulce placer sentía cuando no podía sentir nada más por un instante. Venía tiempo buscando borrar su nombre al pensamiento, cansada de dolor, vacía de tanto no entender su ausencia, y por fin valía sólo con cerrar los ojos relajarse. Se abrochó el bikini para incorporarse, recordando la playa de otras veces por donde tanto caminó en silencio y desnuda, y oteó el horizonte. Dos niños corrían para lanzarse al agua, tres madres sostenían tres bebes que mamaban a teta descubierta, las flores del jardín que desprendían su esencia, y todo eso se le pegaba en la piel, mezclándose con el cloro que recién se seca y la alegría de saberse capaz, por primera vez tranquila.
Se levantó del suelo con un suave movimiento y acercó la toalla a la barandilla para poder arroparse pronto, para sentir el frío y la posibilidad de calentarse al mismo tiempo, como cuando era chiquita y su madre le cubría con aquella manta gruesa con olor a pueblo.
Paula de piel que huele a campo, se deja llover por el agua caliente de la ducha y cierra los ojos para concentrarse en las gotas que impactan y resbalan por su cuerpo. Pura fantasía.
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