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martes, 21 de junio de 2011

Gitana la pizpireta

Gitana la pizpireta
me revolvió la primavera entera 
aquella vez la primera 
que comenzó a menguar la tarde.

Siempre que el sol arde por Antequera 
uno se acostumbra a mirar el baile de su falda 
a la que el viento que la guarda va y se embravece.

Porque una vez se hubo vestido del verano que nos espera
no hubo manera de que desapareciese el movimiento de sus caderas 
para quitar miedo y sentido a este solsticio que recién comienza.

Hiciese yo lo que hiciera
aquel destino se había empeñado en parecerse 
a la compañía del color oscuro de su carne hecha y derecha,
suave al latido de un alma que se confiesa 
amante y mente en cada gesto.

Y puesto que no hay peor tormento en el dolor que un mal probable 
me vi embriagado en un sabroso intento 
de que el corazón no se me fuera.

Por fin armado de valor 
por puro fruto de inconsciencia,
dejé de lado la conveniencia 
y me fui detrás de un rastro flores.

Dolores, 
"la del romero",
pestañeaba cerca del lago 
para que sus pupilas se dilatasen siendo ya eterna 
con unos japoneses y una foto 
que anochece en el parque del buen Retiro.

Yo había aprendido a encontrarla encaramado a esos faroles,
guiado por los turistas que se avecinaban llenos de rosas
y por la luz que resplandecía por un poco de dinero.

Primero se hizo el silencio,
después el rojo tiñó el cielo,
rocé por poco la locura por volver a oler su pelo 
y me lancé sobre la ajena hermosura que hoy día presencio.

Ahora volvemos por donde siempre nos ha ido, 
perdido aquél entre la gente igual que quien yace en el olvido, 
y ella y sus restos resplandecientes, 
ojos sabor a verde olivo, 
a la vuelta de cada esquina de la belleza últimamente.

Sonriente y coqueta, 
mi tentación recién parida, 
me habla para engatusarme, para ganarse la vida 
y juguetear con una conversación que la desarme.

Porque la que se esconde detrás de esa incipiencia
también anda aturdida y duda 
y un cosquilleo desde bien dentro le recuerda 
a base de escalofríos en la piel desnuda y en la conciencia
que el que se aparece en el estío
puede ser un buen postor, un gran acierto.


¿O acaso sólo pretende venderme flores?

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