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miércoles, 27 de julio de 2011

Con t de turno. Capítulo 7

Vuelven las oscuras golondrinas, aviones que diría su profesor de zoología, a planear el cielo oscuro sobre su cabeza. Jesús, que se sabe en breve otra vez mojado, acostumbrado a olvidarse adrede el paraguas para poder sentir la lluvia, aprieta el paso y acelera para subir la cuesta.
Toledo está impregnado de turismo y primavera, con ese olor a río que tanto le recuerda, tanta gente de piel clara que marea, por lo que decide a bien alejarse de las rutas principales. Su casa de estudiante en lo más alto le plantea varios caminos para conquistarla y se siente por un segundo feliz y afortunado de poder elegir paisajes diferentes para un mismo destino. Si no fuera Toledo no sería nada, piensa mientras se escaquea de unos guiris que preguntan, menos mal que tuvo la fortuna de encontrarlo.
Una vez más la tarde viene a revelarle lo que hace tiempo que sospecha; las horas de espera y de emoción descontrolada se confunden con la desesperanza que le ahoga cuando pasa. Siempre imagina mucho más de lo que ha sido y se siente insatisfecho y se mosquea por no aprender a disfrutarlo. Paula sonreía a cada paso de esta tarde, se la veía contenta de su compañía, radiante, casi enamorada. Jesús se había olvidado de esconderse durante todo ese tiempo y había sido él, solamente, el mismo. Y lo más importante de todo, que se sabía por un instante disfrutando, casi enamorado, feliz como si fueran otros los que se plantean todo lo que ahora está pensando. 
Así, después de que el reloj hubiese parado para concederle unas cuantas horas libres de agonía, vuelve poco después para cobrarse todo lo que ya le había prestado, y ahora no sabe si es que la lluvia ha comenzado o son lágrimas lo que le están mojando. Jesús, desesperado de saberse preso de sí mismo, acorralado por su propia compañía, que llega a casa y se derrumba.

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