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miércoles, 27 de julio de 2011

Mi vida el último año. Capítulo quinto.


--¿Y bien? –preguntó esperando que en el último instante todo hubiese cambiado
--Nada; Lo hemos buscado por todas partes –se disculpó— pero no hay ni rastro de él –Chupo hablaba despacio y el tono de disculpa, poco común en su lenguaje, era demasiado evidente. Traía malas noticias; y lo sabía.
--¡Nada! ¡¿Cómo que nada?! ¡A ese tío no se lo ha tragado la tierra, sabéis! ¡¿Acaso no entendéis por qué le llaman el gordo?! –gritó acalorado- No sois más que un atajo de incompetentes, ¡un atajo de palurdos estúpidos e incompetentes!

La sala estaba repleta de gente. Una bombilla colgada del techo iluminaba una pequeña parcela donde se concentraba la mayoría de los gansteres de poca monta que “el flaco” había hecho llamar. Frente a ella, casi cubierto por la oscuridad y el humo de su cigarrillo, Manuel pensaba en la nueva situación. Llevaban una racha de tiempo con muchos problemas y esto era lo que menos les convenía. Pero él sabía que si había algo que odiaba “el flaco” era que se le adelantasen. Era puro nervio. Y ese era su problema. Por eso nunca engordaba. Decían de él que dormía en un alambre y se tapaba con un hilo, que estaba enfermo de cáncer y que éste se había fumado más de la mitad de su cuerpo, que era el cáncer quien estaba empezando a morir ahora o que sus problemas no le dejaban dormir, ni comer, ni vivir. Lo que estaba claro es que Paco “el flaco” era demasiado visceral y eso, a veces le cegaba. Sin embargo, él era la única cabeza lúcida de ideas brillantes de la banda.

--¡Si hay algo que odio es que se me adelanten! ¡Mierda! Lo sabéis, ¿verdad? Todos lo sabéis. ¿Tú lo sabes? –preguntó al tipillo con el que más se había enojado, un chaval joven con aire de simplón conocido como Chupo— Sabes qué es lo que más me jode, ¿no?
--Sí –respondió mientras se le subían los colores
--¡¡¡Entonces por qué lo haces!!! ¿Quieres joderme, Chupo? ¿O es que estás tonto?
--No... yo... lo siento, Flaco, no era mi intención... yo...
--Un porro... Eso es lo que necesito... Sí... –reflexionó antes de levantar la cabeza y darse cuenta de que todo su séquito seguía aún allí— ¡¿Pero es que todavía estáis aquí?! ¿Qué hacéis que no lo estáis buscando? ¿No habéis entendido nada de lo que he dicho? ¡¡Largo de aquí!!

Volvió entonces un ligero murmullo a la habitación, la gente comenzó a hablar y una innumerable horda de esbirros empezó a salir por la puerta trasera del centro de mando de la organización. Se habían trasladado allí, un conocido hotel de lujo del centro de Toledo, hacía algunos años y, desde entonces, una antesala al bar del mismo les servía como centro de reuniones. Más y más gente comenzó a desaparecer y dispersarse por entre las callejuelas del casco antiguo de la ciudad imperial; los había calvos, morenos, bajos y delgados, viejos, algunos tontos y otros algo más avispados. Pero todos ellos con una única misión en común: encontrar a “el gordo”. Y cuando lo hicieran, acabar con él.


--¡¿Quiere alguien traerme un porro?! –siguió gritando— ¿¡Es que nadie es lo suficientemente competente como para hacer lo que pido!? ¡Joder, que somos nosotros los que metemos la droga aquí!
--Paco –le interrumpió una voz proveniente del fondo de la sala a la que “el flaco” contestó aún más fuerte
--¡¡Qué!!
--Soy yo, Paco –aclaró la voz. Manuel dio unos pasos al frente dejándose ver
--Ah, eres tú, Manuel. Por fin alguien con más de dos dedos de frente... ¡¿Qué?! –se vio interrumpido— Gracias Laser –dijo recogiendo el porro que le acababan de preparar— Dime, Manuel, ¿dónde estabas?
--He estado en el piso de “el gordo” –explicó tranquilo
--¿Y has encontrado algo?
--Nada interesante. Sigue hecho una pocilga y oliendo realmente mal. Me pregunto cómo alguien puede vivir ahí. He intentado buscar algo entre los papeles pero nada. Sólo he encontrado esto –terminó tirando sobre la mesa un sobre de color marrón— estaba en su despacho.

El flaco abrió el sobre y una decena de fotos se deslizó por encima de la mesa. La luz las hacía brillar con fuerza. Estaban en blanco y negro, pero en ellas se distinguía con claridad a una pareja de policías cogiendo el dinero que le ofrecían un par de sus secuaces. Al parecer Joaquín había hecho su trabajo.

--Tranquilo, jefe. Esté donde esté, le encontraremos. Además, he dejado un regalito en el despac...
--¿No lo habías dejado? –una voz femenina interrumpió la conversación— Sabes de sobra que no me gusta que fumes
--Y tú sabes de sobra que no me gusta que bajes aquí 
--¿¡Y qué quieres que haga!? ¿Quedarme arriba, sola y aburrida? ¿O prefieres que salga a la calle con los gorilas que has puesto para seguirme?– Miranda acababa de hacer su aparición. En el momento justo y en el lugar oportuno.

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