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sábado, 10 de marzo de 2012

ROJO

Inmerso en la luz y la música de la discoteca todo ha comenzado a dar vueltas. La música es tan buena que no paro de moverme descontroladamente mientras ella me mira como si estuviese loco. Pero aquí la única loca es ella. Su larga cabellera morena realza aún más sus penetrantes ojos verdes. Está tan quieta que parece la presa de una jauría de perros en perpetuo movimiento.

-Pues sí, tía, entonces llega el Joy y dice que ha muerto el inventor de los multicines y que el entierro se celebrará a las 8:00, a las 8:15, a las 8:30...

Y mientras yo río a carcajadas porque ¡coño!, el chiste es buenísimo, ella sigue mirando al suelo. Lo que le pasa es que necesita un tío desesperadamente. Pero ese no voy a ser yo, joder. Que si quiere que le siga el juego, se lo va a seguir su padre, que si quiere que juguemos, vamos a tener que jugar al mío y a mi juego se juega mirándome a los ojos, así que dime por qué escondes tus preciosos ojos verdes.

La música para de repente y todo el mundo deja de bailar para abuchear al DJ. Por primera vez en mucho tiempo siento vergüenza, vergüenza porque busco sus ojos en el silencio y ella parece escuchar todo lo que pienso. Así que no dejo de mirarla y ella me mira y yo me asusto y ella sigue atacándome con su mirada y yo tengo miedo, tanto miedo que temo acercarme a ella y besarla, tanto miedo que deseo con todas mis fuerzas que la música vuelva a sonar para poder partir en retirada, porque como no empiece pronto le voy a tener que ostiar y dejarle las ideas bien claras, que a mí nadie me intimida de esa manera y menos ella.

Por fin la música vuelve y, como si agua caída del cielo se tratase, despierto de mi letargo para abandonar de una vez mi prisión. Ya casi había olvidado por qué me esconde sus ojos verdes. Los esconde porque yo no los busco ni debería buscarlos más.

-Voy a por una botella de agua. Ahora vuelvo.
-Vale, vale.

Y se aleja con paso alegre como si nada hubiera ocurrido. Lleva un precioso vestido rojo de tirantes finos que deja a la vista las pecas que le recorren la piel y se pierden bajo el manto rojizo. Está tan buena que no puedo dejar de mirarla. Me pregunto cómo una chica morena puede tener tantas pecas.

Cada día que pasa me enfrento una y otra vez a esto y a lo otro. una y otra vez. Día tras día durante mis largos 22. día tras día durante los pirulos que me queden. Pero aún no he conseguido acostumbrarme a vivir sin ella. Cuando la pierdo de vista, yo me pierdo en mi mundo. Todos bailan. Decididamente voy a buscar novia. Una tele grande que te cagas y todas las chorradas que se dicen. La lavadora, el coche, la novia, la familia, el perro, un buen corte de pelo, nada de cagadas, nada de alcohol, nada de pastillas, nada de putadas, una radio, un póster de los Simpsons, una cama siempre bien hecha y dulces sueños. Una tía. Eso es lo que estabiliza. Las cenas, las citas, los besos, los polvos, los malo rollos, las discusiones, sus padres, mi madre, sus ojos, sus tetas, su culo, su tacto, su olor y la madre que la pariera. Decididamente voy a buscar novia.

Los pasos son muy simples. Primero pica a la tía que más te guste. Mírala hasta que no tenga más remedio que apartar la vista. Volverá a mirar. Y entonces vuelve a mirarla ya a mirarla y a mirarla. Las que no miran, o tienen novio, o no le gustas. Las que si lo hacen, o están hasta el culo del novio, o les has gustado. Segundo paso. Lárgate. Que se interese. Y cuando vuelvas, sigue mirando. Si te vuelve a ver, te acercas y le sueltas cualquier chorrada graciosa sobre sus amigos o sobre la mierda de antro en el que estamos. Al menos la música es buena.

Ni siquiera tengo tiempo de acercarme a una rubia que está buenísima antes de que aparezca Carlos.

-¿Qué hay, David?
-¿Qué pasa, tío? –casi sin querer le estoy dando la mano como si de un colega se tratase. La rubia sigue mirando.
-Oye, ¿has visto a...?
-Por allí –señalo la barra que hay a nuestra espalda- ha ido a por una bottle.
-Gracias, David. Hasta ahora.
-Eh, eh, eh... No te largues tan pronto que hay cosas que hacer en casa. Los favores se pagan y tú me vas a pagar uno –ya lo tengo agarrado del cuello mientras señalo a la rubita- ¿Qué te parece?
-Marta, 19 años, cuerpo excelente, inteligencia limitada, de profesión, ninfómana. Me gusta.
-¡No te jode, y a mí!
-Pues ya sabes, chico, tírale. Hasta la vista.

Me acerco a ella. Baila contoneando las caderas al ritmo de una canción que no escucho bajo unas luces que no veo. Se mueve muy despacio. El pelo corto le caen en forma de flequillo desordenado por encima de la frente; un escote ceñido y unos pantalones piratas hacen el resto. Le acaricio las caderas mientras me acerco a su oído. Tal vez un poco delgada, tal vez un poco baja. Pero la suerte está echada. Le susurro al oído un hola que podría haber sido cualquier cosa. Probablemente sea la entrada menos triunfal que haya hecho nunca.

-Cierra los ojos, Marta. –y Marta me mira con los ojos más accesibles que jamás me han mirado.
-¿Para qué?
-¿No te lo imaginas?
-No quiero imaginarlo.
-Para soñar, no se puede soñar despierto.
-Ni se puede soñar con tanto ruido.
-Si quieres podemos salir fuera un rato.
-Podemos ir a mi casa...

Apenas tengo tiempo de contestar un “claro” antes de que se despida de sus amigos y tire de mí hacia fuera. Me han mirado con cara de muy pocos amigos. Probablemente estén celosos de que me lleve a su Martita. Pronto desapareceremos de su vista y nos acercaremos a la salida. Me lleva cogido de la mano y me la restriega por su culo ceñido mientras no puedo dejar de imaginármela desnuda entre mis brazos. Fuera está empezando a llover.

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