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martes, 10 de julio de 2012

Los tres más que peros y el más fanta de la orquesta

Érase una vez que fuese
que unos niños jugaban a las canicas
entre unas fuentes de piedra vieja,
granito de entre los montes
que se rociaban con el deshielo
que trae el averno de aquel verano.

Juan Luis,
un niño hermoso
y criado en el campo,
viste como una amapola
porque anda que se enamora
de la prima del Juancho,
rubia de atenta mirada
que enmorenece
a la1la tarde
bajo su sombra.

Ganador
desde antes de infante,
ya de media persona,
espermatozoide,
ganó una carrera
con más de cuarenta
micras de distancia,
aquella vez la primera
que su madre se bajó las bragas
dada la enorme insistencia
del que tendría que ser paterno,
y de penalty por toda la escuadra
y con buena verga,
litros en sangre de fiestas
de pueblo y esperma.

Pues el niño,
encaramándose a la costumbre
cabalga a lomos
de circunstancia y suerte,
va y se embravece
 cuando de una
saca seis bolas
de un gran triángulo
arañado en la tierra seca
que deja ver el asfalto destartalado
por el paso de tiempo y tractores,
mientras acierta a darle en el culo
una patada al que le mira tristemente.

Desplumados
todos los caballeros,
la panda los mosqueperros,
que hacen llamarse,
chulean al despedirse,
como si se llevaran
 todas las hembras
de aquel ganado,
que se las han llevado,
y tuviesen garantía ya
más que suficiente
 con la descendencia
para imitar a mayores
en el reparto de poderes
desde el jardín
de la tierna infancia.

Fermín,
que anda a la gresca
y es el que más adolece,
recíen nacido cayó
en una marmita gigantes,
bruto de espíritu
y mal educado,
vivía en un barrio
humilde del extrarradio
antes de trasladarse
al centro de ninguna parte.

Así que está cabreado
y es nuevo esto,
se encuentra perdido y solo
entre una jauría
de perros ardientes,
que le recuerdan constantemente
a modo de patadas por la espalda
que son niños crueles y desgarvados
de hormonas valientes
y malinterpretados varios.

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